lunes, febrero 19, 2007

Exilada



Hoy al rodar por la cota mil he encontrado la paz que tanto necesitaba; muchos de ustedes sabran que hace mses me atormenta la idea de irme de mi país, me entristece ser una exilada y vivir como Anaís Nin, en el Village con la mejor gente de su generación, pero añorando por siempre París.

Hoy al ver Caracas me he dado cuenta de que mi vida ha transcurrido de asilo en asilo, sin darme cuenta, quizás esa sea la única constante entre tanto movimiento

Desde el preescolar al sexto grado pase por 4 Colegios, a secundaria debo agregarle 4 más; para entonces por supuesto que me era fácil conocer amigos y entender que era “normal” esto de “inestabilidad”.

Conozco bien el exilio, pero quizás también conozco muy bien ese dicho que reza que la felicidad del hombre depende de su capacidad de olvido. A los 4 años dejé mi primer hogar, para asilarme en la casa de mis abuelos; mis padres se habían divorciado y no quedaba otra opción que volver al nido materno a mi madre.

A los 7, mi madre decidió volver a casarse—lo más cómico fue que me enteré el mismo día. Algo así tipo: Hoy comemos arroz con pollo--; sufrí los rigores del exilio entonces, porque veía a mis primos más queridos atravesar la calle de la mano de sus padres camino a su propia casa, mientras yo me quedaba en mi hogar transitorio.

De mi padre puedo decir que lo veía, pero el tampoco ha sido un experto en control de situaciones habitacionales, quizás porque en la marina lo dejaron perturbado o se creía un Harry Haller[1]; por lo que ir a su casa era sencillamente eso, ir a una casa donde vivía mi papá pero que no me pertenecía.

Dos años más tarde mi mamá logró alquilar un apartamento lo suficientemente grande para que viviera con ella, su nuevo esposo y mi hermano; me inicié en mi segundo asilo, camino a una casa en la que lo que menos hubo fue paz, y en la que tampoco pude desarrollar eso que llaman sentido de pertenencia.

Me llegaron los 16, viví la segunda separación de mi madre, ella sin embargo logró comprar un apartamento, que no tardamos en desocupar porque ella no tenía para afrontar todos los gastos, nos tocó entonces por fuerza del mentado “capital”, o más bien por la escasez de éste, vivir en un cuartito de 3 metros por 3; en la casa de un familiar. Lo más divertido de esa situación más allá de tocarnos 1 metro cuadrado por persona, es que la habitación de al lado estaba destinada a las muñecas.

¡Esta no es tu casa!, sí definitivamente esa frase me la se de memoria, buscando con desesperación borrarla trabaje duro para recuperar nuestro antiguo apartamento, Y lo hice; fanfarria si esta bien, pero igual aunque no pueda creerse, paso los días de la semana con un morral al hombro, unas veces duermo en un hotel, otras en casa de mi amor.
Hoy me he dado cuenta que estoy absolutamente preparada para escuchar: ¡Este no es tu país!

[1] Personaje principal de El Lobo Estepario de Herman Hesse

1 comentario:

Celeste dijo...

Esta, es una realidad muy dura que conozco mucho más de lo que quisiera... Demasiado más de lo que quisiera.

Beso celeste.